diumenge, 3 d’abril del 2011

NEGACIONS

LA FINESTRA INDISCRETA
Cada dia la mateixa rutina; s'aixecava, es vestía de negre rigurós i esmorzava. Després, obria la finestra i mirava. Escrutava tot el que hi havia al carrer, observant-ne els més minins detalls. Repassava les finestres del veïnat, una per una. Coneixía a la perfecció els moviments dels seus veins a cada hora del dia. Imaginava les causes i les conseqüències de cadascuna de les seves accions i construia mentalment multitud d'històries.

Un dia observà que en un dels pisos hi havia una nova inquilina. Era una noia jove i molt atractiva. Sentia una gran curiositat per tot el que ella feia, de manera que li va deixar d'interessar tot el que passava darrera de les altres finestres i també a la resta del carrer.

Avui, però, la noia mostrava una gran activitat; netejava vidres, escombrava, movia mobles, i, de tant en tant, obria la finestra per mirar el carrer. Potser esperava una visita, va pensar.Potser havia conegut l'home de la seva vida i l'havia convidat a dinar. Així és que ell també mirava el carrer per descobrir entre els vianants el possible convidat.

De sobte, les seves sospites es confirmaren. Un home de mitjana edat, vestit de negre rigurós es plantà davant la porta del carrer. El seu aspecte li resultà molt familiar. Pocs segons després va veure l'home de negre abraçant la noia davant la finestra.

Ara, per fi, podria espiar la seva pròpia casa des de la finestra de la seva encantadora veïna.

dimarts, 8 de març del 2011

PARADOS Y DESAMPARADOS




RECURSOS HUMANOS

Informática, informática, siempre la asquerosa informática. Eso es lo que me pierde y el inglés también. Me ha pillado tarde, no te fastidia. Seguro que este tío que está sentado enfrente tiene título de inglés, de informática y de lo que haga falta. Se le nota en la cara, joven sobradamente preparado. Si ya me lo decía Maribel. Lo del título te va a fastidiar. Bueno, tranquilo. ¿Pero por qué me sudan las manos? La edad es importante, ya lo sé, pero el anuncio no decía nada de eso. ¡Maldita sea la dichosa edad! Todos son más jóvenes. Aquel de allá parece ya madurito pero no tiene canas, claro que puede que se tiña el pelo. Y la jovencita de la esquina con esa cara de muñeca pintarrajeada, ya ves, seguro que se lo tiene creído. Sopla, respira, tranquilo, no pasa nada, has venido a por todas y ya está. ¿No era esta una empresa moderna? Pues los muebles son del año de la pera, la verdad. Será la crisis. Le llaman depresión económica. Bah, todo mentiras, como en la tele. ¡Qué asco de tele!. Malas noticias y nada más. Y Maribel, en casa, pensando que voy a meter la pata. No lo dice pero piensa que soy un fracasado. Pero no, esta vez no. De aquí salgo colocado o me mato, como el pobre Juan, quién lo iba a decir. ¿Por qué lo hizo si tenía trabajo y todo le iba bien? ¡Qué mal rollo! Otra vez las manos, no lo puedo controlar. ¡Vaya, ya entra la muñeca! ¡Y cómo se mueve! Esta, como la Sofía, que no sabe nada y gana una pasta. Una sonrisita, un movimiento sexy y ya está. Y encima va y me dice: “Lo siento, hemos decidido recortar la plantilla y te ha tocado. Puedes prejubilarte” ¡Víbora! Recursos humanos le llaman a eso, qué risa. Después de veinte años en la empresa vienen los recursos humanos a dar lecciones. Cualquier nindungui con buena presencia vale más que los esfuerzos de un empleado decente. Si es que no hay derecho. Así va el país, recursos humanos y paro. Claro que si me hubiese apuntado al maldito curso de informática, no sé. Control C y control V. Eso sí lo sé y ya está. Pero es que el inglés tampoco es lo mío. Tres cursillos intensivos y cuando fui a Londres no me enteré de nada. Y aquel que lee el periódico no ha levantado la cabeza en todo el rato, ya ves, el intelectual. ¿Qué creará que va a encontrar? Periódicos, teles, radios, qué asco. Mentiras, tonterías y malas noticias. Habrá que ver al desgraciado del entrevistador. ¿Recursos humanos también? Que me conozco el percal. Maribel de eso no sabe nada. Que te pongas presentable, que no tomes café en el desayuno, que si quieres un valium. ¡Por favor, un valium! Cincuenta son cincuenta, que ya no son ni treinta ni cuarenta. Recursos humanos para reclutar esclavos y deshacerse de los viejos que cobran mucho y molestan. Necesitamos gente joven, sabe, están más preparados. Preparados para ser esclavos. Como mis padres, en sus tiempos. Pero ahora todo iba mejor, eso decían. Casita adosada con la cruz de la hipoteca a cuestas. Un sueño imposible, un sin vivir. Que ya no se puede. Que ni hablar del coche nuevo, Maribel. Mira, ya sale la muñequita. ¡Qué cara de felicidad! Si es que ya está decidido. Si es que ya me puedo largar. Ridículo, eso, hacer el ridículo. “Señor Sánchez, por favor”.Que ya me toca. ¿Pero qué hago con las manos? Me sudan, me sudan. Vamos al matadero. ¡Venga ya, doy la vuelta y listo! ” ¿Señor Sánchez, va a entrar o no?”.” Disculpe, estaba despistado, ya voy”.

SOBRE OTRAS GRANDES NEVADAS


DIAS DE RADIO

Nieva, sí nieva. Aunque parezca increíble está nevando. He mirado por el ventanal del comedor y he visto los copos caer, primero lentamente y poco a poco, con una silenciosa suavidad, la nieve se multiplica, se vigoriza hasta constituir una sinfonía blanca y enérgica. Por una extraña casualidad la nieve coincide con mi presencia en esta casa que fue mi casa hace ya una eternidad. ¡Me resultaba tan penoso volver! Lo fui demorando pero el administrador me advirtió ayer que el plazo se agotaba dentro de una semana. Debe usted dejar el piso vacío antes del 31 de febrero, me dijo. Y aquí estoy, más interesada en contemplar cómo la nieve va cubriendo la calle y oculta poco a poco los coches aparcados que en proceder a la triste tarea que me ha traído hasta aquí. Sé que vaciar un piso donde alguien ha vivido durante cuarenta años es un trabajo duro y penoso. Ahora pienso que una casa es más, mucho más que las cuatro paredes que la conforman. Lo he notado justo en el preciso momento en que he abierto la puerta y he contemplado el pasillo. No es más que un pasillo, me he dicho, no debes temer. Sin embargo, en menos de un segundo, he revivido los miedos de mi infancia. El pasillo, largo y estrecho, flanqueado por numerosas puertas, era el escenario por el que deambulaban seres invisibles pero presentes en mi mente, y que me perseguían inexplicablemente. No mires hacia atrás, no mires, sabes que están ahí. Unas veces, los misteriosos seres que habitaban en el pasillo eran el preludio de la muerte como cuando mi abuela agonizaba en la habitación que estaba justo al final y yo evitaba circular por el pasillo. Otras veces, les notaba juguetones, especialmente los días de Navidad y Reyes cuando me levantaba a media noche y, enfrentándome a mis temores, me dirigía al salón para comprobar si los Reyes Magos habían depositado ya sus regalos junto al árbol de Navidad.

Circular por el piso me produce sensaciones contradictorias. Todo permanece en su sitio, como si el tiempo se hubiese detenido. Mi madre se esmeró, hasta los últimos momentos en mantener la dignidad de la casa. Aquí está el salón pero no me parece el mismo que yo conocí. Era más grande, más esplendoroso, pienso. En el aparador que está frente a la mesa lucen aun los objetos de plata, regalo de bodas de mis padres. Pero ahora parecen objetos sin sentido a pesar de las muchas horas que mi madre empleó en su limpieza y cuidado. Me pregunto qué voy a hacer con ellos. Me siento en la vieja butaca. Se que tiene su propia historia. Fue primero el asiento preferido de mi abuelo, después lo fue de mi abuela y cuando éstos desaparecieron fue, por fin, el asiento de mi padre. Se sentaba en la butaca con un aire de patriarca tardío y fumaba su inseparable Winston, desoyendo las súplicas de mi madre: “No fumes, hombre, no fumes, te hace daño.” El recuerdo de mi padre va irremediablemente ligado a unos cuantos objetos: el cigarrillo, la novela negra de turno que devoraba sin apenas levantar la vista del libro y la radio. Si, claro, la radio, aquí está, justo encima de la mesita, como siempre. No puedo recordar el día en que llegó a casa por primera vez este aparato pero si soy consciente de lo que representó en nuestras vidas. Me acerco para observar mejor el viejo Phillips. Cierro los ojos y deslizo mis manos por encima del aparato. Puedo verlo sin verlo. Ahí está el enrejado superior y el pequeño escudo a la izquierda donde se exhibe la marca. ¡Es un Phillips, lo mejor que hay en el mercado!, decía mi padre. Debajo está la pantalla sobre la que aparecen aquellos mensajes que resultaban crípticos para mí: onda pesquera, onda española y, a la derecha, enmarcado en un recuadro, el más misterioso: PLAN COPENHAGUE. ¿Y qué decir de la enumeración de ciudades tan exóticas como París, Londres, Praga, Túnez, Rabat, junto a otras como Sevilla, Valencia, Zaragoza, Madrid, Barcelona…, todo revuelto en una extraña mezcolanza del todo extravagante? Recuerdo el día en que decidí abrir la tapa trasera para descubrir, de una vez, los misterios que se escondían dentro de aquel enigmático aparato. Quiero ver los hombres pequeñitos que duermen aquí dentro y que nos hablan desde sitios tan lejanos, le dije a mi madre cuando me sorprendió en pleno desmontaje. Ella me miró y reprimiendo la risa que le provocaba semejante locura, recriminó mi pequeña fechoría. Abro los ojos y mientras observo la vieja radio puedo a oír la voz enlatada de Pepe Iglesias el Zorro. “Yo soy el zorro, zorro, zorrito, para mayores y pequeñitos”, los gritos histéricos de Periquín pillado in fraganti en alguna ingenua travesura por su paciente mamá, doña Matilde, el fantástico Boby Deglané anunciando que ya empezaba “Cabalgata fin de semana”, cargadita de regalos, y, como no, la voz llorosa de la pobre Ama Rosa, o la muy apenada doña Elena Francis recriminando algún comportamiento desviado de las buenas costumbres. Sin duda, cuando la radio mostraba su tono más vibrante era los domingos. Mientras yo intentaba descifrar los enigmas de la aritmética o de la gramática, sentada frente al escritorio de mi habitación, resonaba por toda la casa el griterío de “¡Carrusel Deportivooo!” .Y, al final de la jornada, se producía la mayor excitación cuando las voces enlatadas emitían el esperado veredicto final, el resultado de la quiniela que nos iba a traer un chorreo de millones. Y, aunque mi padre se esforzaba, la verdad es que los millones nunca llegaron.

Pienso en mi infancia, rebosante de silencios incomprensibles que se hacían aun más difíciles de entender cuando mi padre apagaba enérgicamente la radio al sonar la sintonía de aquel maldito, según exclamaba él, Diario Hablado. ¿Pero qué era eso del Diario Hablado? ¿Y por qué mi madre, en un gesto idéntico al de mi padre, también apagaba la radio en cuanto empezaba la hora del Angelus? No había respuestas para mí. Tuve que encontrarlas mucho tiempo después.

Se hace tarde y aun no he empezado a llenar ni una sola caja. ¿Cómo meter en cajas tanta vida, tanto recuerdo? Miro de nuevo por la ventana y observo como sigue nevando con intensidad. No recuerdo una nevada como ésta desde aquella famosa del 62. Fue una maravillosa sorpresa, la primera nevada de mi vida. Nadie lo había previsto, ni siquiera el parte metereológico. Salimos a la calle y nos empapamos de nieve. Mi padre filmaba nuestras piruetas sobre la nieve y la curiosa aparición de improvisados esquiadores deslizándose por la calle Aragón. ¿Dónde estarán aquellas películas en 8mm?

Esta oscureciendo, y, por una extraña coincidencia, la luz también se apaga. ¡Se ha ido la luz, enciende la luz de gas!, ordenaba mi abuelo a mi madre. Y ella procedía al ritual habitual en estos casos. Poco a poco, las habitaciones se iluminaban con una tenue llama que pendía de un rincón de la pared. Ahora no hay luz y hace frío. Entro en mi habitación. Busco mi cama y me tiendo encima. Me acurruco entre unas viejas mantas impregnadas de olor a naftalina. Permanezco con los ojos cerrados. Creo oír el sonido de la radio emitiendo un capítulo del “Radio Teatro”. Mientras escucho la melodiosa voz de mi Romeo preferido, Ricardo Palmerola, declarando su amor a Julieta, caigo en el más profundo y melancólico de los sueños.

ACTUALIDADES


Estaba muerto, no había duda. ¿O no? Por un momento le pareció ver un leve movimiento de la mano ensangrentada que yacía extendida sobre el asfalto. Quizá aun quedaba un soplo de vida en aquel pobre desgraciado, quizá podía hacer todavía algo por él, pensó. Sin embargo rápidamente desechó tal idea que le pareció, por lo menos, descabellada. ¿Acaso quería someterse a preguntas que no tenían más que una espantosa respuesta? ¿Quería de verdad que su plácida vida cambiase rotundamente por socorrer a un desconocido? Así es que tomó la mejor decisión, la más sensata. Se acercó de nuevo al coche. Había manchas de sangre en el capó. Debía limpiarlas inmediatamente. Quizá hubiese también algunos desperfectos pero no podía verlos con claridad porque ya había anochecido. Podría ocuparse de ellos en el garaje de su casa. Limpiar bien el capó y largase cuanto antes, esto era lo que urgía ahora, no había tiempo que perder. Por suerte se encontraba en una carretera secundaria y el tráfico era escaso, sin embargo, no debía confiarse. En cualquier momento aparece un coche y se fastidia todo, pensó. Cuando terminó de restregar el capó con un trapo que habitualmente tenía en el maletero estuvo a punto de cometer el primer error, lanzar el trapo barranco abajo. ¡Qué estupidez! El trapo podía contener indicios que se convertirían en pruebas irrefutables. Entonces cayó en la cuenta de las terribles complicaciones que comportaba cometer un crimen y cuantos descuidos podían incriminar a un sospechoso. Guardó el trapo en una bolsa de plástico y volvió a meterlo en el maletero. Lo quemaría después. Permaneció indeciso durante unos instantes, paseando la mirada por el asfalto en busca de algún otro indicio que pudiera delatarle. No había transcurrido ni un minuto cuando creyó ver los destellos de unos faros que asomaban a lo lejos. Abrió bruscamente la puerta del coche y subió sin más demora. Cuando encendió el motor e inició la marcha una punzada perforó su estómago. Sintió unas náuseas terribles y un pitido insoportable taladró sus oídos. Temió que de nuevo la jodida úlcera le jugase una mala pasada. Vamos, Alberto, sigue adelante, ya te ocuparás de la maldita úlcera cuando llegues a casa. Miró por el espejo retrovisor interior y le pareció que un coche se detenía en el lugar de los hechos. De nuevo la punzada atravesó sus entrañas produciéndole un dolor sordo, insoportable. Entonces lanzó una mirada desesperada al retrovisor exterior para confirmar sus sospechas y descubrió, horrorizado, que el espejo había desaparecido. ¡Maldita sea, el retrovisor! Pero ya no podía volver atrás. Y, bañado en un angustioso sudor, conteniendo el dolor que invadía ya todo su cuerpo, se alejó de aquel macabro escenario adentrándose en la oscuridad mientras se prometía a sí mismo no volver a pasar jamás por aquella carretera.

Tres meses después abrió los ojos y observó perplejo lo que tenía a su alrededor. Intentó mover sus brazos pero el esfuerzo resultó inútil. Algo se lo impedía. Le pareció ver un tubo que pendía de alguna parte y penetraba en su boca. Quiso mover la cabeza y tampoco lo logró. Se había convertido en un extraño bulto, en un pesado saco imposible de mover. Podía oír unos intrigantes balbuceos a su alrededor. ¿Había alguien allí? Intuyó un rostro nebuloso que se aproximaba a él.

Alberto, ¿me oyes?  susurró la voz. Estás vivo, cariño, vivo.

¿Vivo? ¿Acaso he podido morir?, pensó. De pronto comprendió que estaba tumbado en la cama de un hospital. Sí, notaba ya la frialdad del ambiente, el gota a gota deslizándose por sus venas y el tubo que hería su lengua pero que le permitía respirar. Cerró los ojos. Prefirió no ver, no saber nada más. Sin embargo su cabeza daba vueltas y más vueltas navegando por el subconsciente. Por un momento creyó ver de nuevo a su hijo entrando en casa de la mano de aquella extraña mujer. ¿Cómo se llamaba? Una ucraniana, nada menos. ¿Es qué no había mujeres bonitas en nuestro país para ir a enamorarse de una ucraniana? El recuerdo le produjo un profundo dolor en el pecho. ¡Vas a ser abuelo, papá! Enhorabuena, abuelo de un bastardo, del hijo de una cualquiera que se buscaba la vida en las carreteras antes de embaucar a su estúpido hijo. Detesto a este niño antes de nacer y no quiero verlo nunca, me oyes, nunca. Y así fue, maldita sea. No lo vio jamás porque el niño nació y se esfumó. A pesar de la incredulidad de su hijo él supo siempre que lo de la ucraniana no pintaba bien. Cosas de la vida. De nuevo unas voces le volvieron al presente. Ahora eran varias las personas que hablaban.

Ha venido la policía para interrogar a su esposo, señora Martín, pero ya les he dicho que no está en condiciones, que deben esperar a que se recupere.

Gracias, doctor. ¿Cómo lo ve?

Será largo, pero posiblemente dentro de un tiempo recupere la movilidad, aunque no se lo puedo asegurar, claro. Estos accidentes son tremendos y aun ha tenido suerte.

¿Accidente? ¿Movilidad? Es cierto, no podía moverse. Ni brazos, ni piernas, ni cabeza. Todo muerto, muerto en vida. Y entonces recordó el ligero movimiento de una mano ensangrentada extendida sobre el asfalto.

dilluns, 28 de febrer del 2011

DECLARACIÓ

JOC DE DAMES


Ordenaré mentalment els fets. Hi havia la Julieta petita i molt dolça, però no suportava que deixes els mitjons per terra. Un dia li vaig posar la ma a sobre i ja no vaig poder parar.
Després va venir la Carme, una intel•lectual que feia preguntes impossibles. És curiós, però ningú va preguntar mai perquè va caure per l’escala aquell malaurat diumenge.
Quan ja pensava que no hi hauria més dames a la meva vida, va aparèixer la Roser, discreta i obedient. Però no tolerava el meu insomni i va començar a ser impossible la convivència amb una dona que no em deixava no dormir tranquil. Així és que un dia vaig moure fitxa i la Roser va desaparèixer de la meva vida i també de la seva.
Aquests són els fets. Jo, senyor jutge no sóc un home violent , només intento trobar una dama que no molesti i jugui sempre el meu joc.

dimarts, 8 de desembre del 2009


El nombre de las cosas


Una tarde apacible de un verano extremadamente caluroso, el cielo empezó a poblarse de unas nubes cada vez más amenazantes hasta que, allá a lo lejos, estalló el primer trueno, y una lluvia tímida al principio, se transformó rápidamente en un manantial de agua que rompía con fuerza sobre los cristales de la ventana. Fue entonces cuando Miguel, con solo cuatro años se acercó a su padre que dormitaba en el sillón y le preguntó:

—¿Por qué cae agua del cielo, papá?

A partir de aquel día Miguel no dejó de preguntase y de preguntar, hasta el punto que a veces resultaba difícil responder.

—¿Por qué la mesa se llama mesa y la silla se llama silla?preguntó Miguel a su maestra. Y continuó—: ¿No podría yo llamar a la silla mesa y a la mesa silla?

La maestra, sorprendida por las cada vez más extrañas preguntas de Miguel, se acercó a él y le susurró al oído:

—Cuando seas mayor lo entenderás, pero te diré un secreto: la respuesta está en los libros, Miguelito, recuérdalo, en los libros.

Los libros fueron la pasión de Miguel durante los siguientes veinte años. En ellos encontró múltiples respuestas que le generaron un sinfín de preguntas. Su juventud transcurrió entre páginas repletas de aventuras, misterios, inexplicables acontecimientos cercanos a la realidad y otros que le abrieron las puertas del conocimiento. Su juventud le impedía todavía contrastar la teoría con la práctica, la ficción con la realidad. Sin embrago, se afanaba en retener todo cuanto leía, memorizando, si era necesario, los detalles más insignificantes. Cuantos le conocían decían que poseía una memoria prodigiosa y le auguraban un brillante futuro.

El futuro de Miguel transcurría a los cuarenta años en una extraña apatía. Había superado con éxito todas las oposiciones a las que se presentó. Sin embargo, su amplio dominio de todas las cosas le había conducido a sentarse todas las mañanas frente a la pantalla de un ordenador, en la planta tercera del ministerio donde trabajaba de funcionario. La rutina se rompió un día de invierno mientras se preparaba el desayuno antes de ir a trabajar. Observó con curiosidad la lluvia persistente tras la ventana del comedor y, de pronto, comprendió que no había aprendido nada nuevo desde aquella tarde de verano en la que le preguntó a su padre por qué caía agua del cielo. Decidió quedarse en casa y seguir buscando respuestas. En primer lugar escribió en un cuaderno todas las preguntas que le atormentaban y después inició una minuciosa investigación. Aquella fue una mañana prodigiosa. En pocas horas había acumulado ya un montón de preguntas y empezaba a esbozar las posibles respuestas. Pensó que con todo aquel el material algún día escribiría un libro. Quizá sería de utilidad para quienes quisieran conocer el por qué de las cosas.

Las cosas de la vida hicieron de Miguel un afamado escritor. Quiso la casualidad o la oportunidad que sus investigaciones sobre las causas y las consecuencias de la conducta humana se adaptaran, como anillo al dedo, a la moda de los libros de autoayuda. A los sesenta años, Miguel era un habitual de las más prestigiosas tertulias televisivas. Los telespectadores quedaban prendados por su asombrosa capacidad intelectual y su prodigiosa memoria. Así transcurrieron sus mejores años.

Años más tarde, ya muy anciano, Miguel estaba sentado en el banco de un hermoso jardín. Otros ancianos paseaban lentamente, acompañados por pulcras enfermeras. Uno de ellos se sentó junto a él y exclamó:

—¿Usted sabe por qué esto es un banco y no es una silla?.

A Miguel se el encendieron los ojos y con gran tristeza respondió:

—Creo que algún día lo supe pero no lo recuerdo…Debería investigarlo,¿no cree?.

Miguel se incorporó con dificultad y sin mediar palabra se dirigió al interior de la residencia.

—¿ Se cansó ya de su paseo, don Miguel? —le preguntó la enfermera que estaba en la puerta.

—Es que no puedo perder el tiempo. —respondió Miguel titubeando —. Debo empezar a conocer el nombre de las cosas.

—Me parece una buena idea — dijo la enfermera, sorprendida por el inesperado interés del anciano —. Lo encontrará en los libros que están en la biblioteca. Recuerde: en los libros.

dimecres, 1 de juliol del 2009

MICRO FICCIONS


PAPERS ( Metaliteratura)

En un principi hi havia el paper en blanc. Avui era un bon dia i ella estava disposada a omplir aquell full amb un conte meravellós. Li havia costat molt trobar la història però ara, per fi, li havia arribat la inspiració. Traslladada plenament al castell del Rei Artur imaginava aventures amb nous herois més savis i més forts encara que Lancelot i Perceval. Hi hauria una reina tan inquietant com la Ginebra i mags més benintencionats que en Merlí.
Es posà a escriure amb entusiasme. Tot semblava anar bé. Les paraules fluïen amb facilitat. Però, de sobte, s'adonà que escrivia una història coneguda. Així és que rebregà el paper i el tirà a la paperera. Ho intentaria un altre dia.
El paper rebregat seguí el seu camí cap a la brossa del paper reciclat però, per una d'aquestes casualitats, acabà a terra sense que els encarregats de la recollida se'n adonessin.
Un nen que passava pel carrer s'ajupí per agafar-lo amb la intenció de fer-ne un avió de paper. Però, arrossegat per una estranya curiositat, el desplegà i començà a llegir-lo. La cort del rei Artur i els seus cavallers li semblaren fascinants i quan més interessat estava per la lectura el relat es va acabar. Tot i així, el nen va decidir guardar el paper a la butxaca.
L'endemà ella ho va tornar a intentar. Per fi tenia una bonica història. Havia imaginat un heroi peculiar, trastocat per l'excés de lectures de novel·les de cavalleries i transformat ell mateix en cavaller disposat a fer justicia. Començà a escriure fins a omplir un full. Però ben aviat s'adonà que es tractava d'una història poc original i absurda. Rebregà el paper i el llençà per la finestra. Justament el paper va anar al cap d'un home que passava per allí. L'home va recollir el paper, va mirar a un costat i a l'altre, sense veure a ningú. Després el va doblegar fins a fer-ne un avió i el llençà ben lluny.

CINCO MINUTOS DE PUBLICIDAD Y VOLVEMOS

UNO.
Se levantó del sofá, se acercó al televisor, hizo "pop" para conectarlo y ya no hubo stop.
DOS. Quiso vivir la vida pero le advirtieron desde la pantalla que si "pasas pesas" y que "para seducir hay que sufrir".
TRES. Experimentó sensaciones relajantes sumergiéndose en un baño de espuma con limones del Caribe y confirmó lo de "baño nuevo, vida nueva" y cuando su bañera empezaba a perder brillo, como "el probar no ocupa lugar" comprobó que "donde hay cal, hay Viacal".
CUATRO. Quiso hacer todo lo que vio porque "imposible no es nada" pero su vida empezó a ser una locura. Desde la pantalla gritaban que si es "Bayer es bueno y lo bueno sale bien", pero empezó a notar que vivía sin vivir en él.
CINCO. Tomó una decisión. Intentó consultar con un experto.
- Y bien, ¿cuál es el problema?
- Sólo sé que un día hice "pop" al televisor y ya no pude hacer stop. ¿Qué me aconseja?
- Amigo mio, esto no es grave. La publicidad es un arte y con arte y engaño se vive medio año y con engaño y arte la otra parte.

JOC DE DAMES

Ordenaré els fets. Hi havia la Julieta petita i dolça, però no suportava que deixes els mitjons per terra. Un dia li vaig posar la ma a sobre i ja no vaig poder parar.
Després va venir la Carme, una intel·lectual que feia preguntes impossibles. És curiós, però ningú va preguntar mai perquè va caure per l'escala aquell malaurat diumenge.
Quan ja pensava que no hi hauria més dames a la meva vida, va aparèixer la Roser, discreta i obedient. Llàstima que no soportés el meu insomni. Va començar a ser impossible la convivència amb una dona que no em deixava no dormir tranquil. Així és que vaig moure fitxa i la Roser va desaparèixer de la meva vida i també de la seva.
Aquests són els fets. Jo, senyor jutge, no sóc un home violent. Però per a mi tot és blanc o negre. Només intento trobar una dama que no molesti i que jugui sempre el meu joc.